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Sólo me entrego a ti, conocimiento

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Sólo me entrego a ti, conocimiento

Era yo muy joven y cómo tiraba al suelo y zapateaba encima del Conductismo estricto: no lo podía soportar. El librito de divulgación del psicoanálisis que entraba en el examen de Psicología Dinámica, lo recuerdo gris. Los apuntes de (¿Psicobiología se llamaba?) directamente no me los estudié, ni tampoco esos otros, pringosos, que daba el profesor de Sociología en la clase que olía, como su aliento, a alcohol. Soy una escéptica del profesorado, en cambio soy una adoradora del conocimiento.…
Era yo muy joven y cómo tiraba al suelo y zapateaba encima del Conductismo estricto: no lo podía soportar.…

Era yo muy joven y cómo tiraba al suelo y zapateaba encima del Conductismo estricto: no lo podía soportar. El librito de divulgación del psicoanálisis que entraba en el examen de Psicología Dinámica, lo recuerdo gris. Los apuntes de (¿Psicobiología se llamaba?) directamente no me los estudié, ni tampoco esos otros, pringosos, que daba el profesor de Sociología en la clase que olía, como su aliento, a alcohol. Soy una escéptica del profesorado, en cambio soy una adoradora del conocimiento.

Me siento en primera fila, miro la realidad y lo demás, lo que no me cuadra, lo liquido sin piedad. No hay consideración para esos pobres profesores que, sin embargo, tan bien me caen. A lo anterior, a mis zapateos de todas las pseudociencias que sobreviven impunes en cada ciencia debido a lo cerril consustancial al ser humano (también llamado “dogmático fanatismo de cada área”), se unen las castañuelas: mal enseñado, mal enseñado, mal enseñado. “Esto, podía haber sido un esquema”. “Esto otro, esta explicado de forma innecesariamente engorrosa”. “Aquí patinas; esto está incompleto”. Y sin embargo la falta de didáctica (a veces, total y absoluta) también la disculpo…

Pero lo que no disculpo, jamás, es ver cómo se arrodillan (¡Ellos! ¡Los que deberían ser reyes del mundo!). Éste, arrodillado frente a los pozos de petróleo del progenitor de esa alumna. Aquél, llega tarde a clase porque le esta haciendo la ola a la hija del prócer que es ese señor amenazado de muerte y eminentísimo en el mundo de la ecología, padre de esta otra. El de más allá, el alcohólico, es la alfombra de sus copas. ¿Es el cuidado el amor sin poder ni interés propio? No sé… La enseñanza es cuidado, y no hay mayor descalificación que el descuido de sí mismo o del otro.

No me entrego, no me fío y no me arrebata la mímesis con el currículo que es la propuesta del profesorado, que es su obra, obra que despliega ante el alumnado suponiendo que éste (nosotros) va a caer deslumbrado ante ella. No me la creo casi nunca. Hay excepciones, pero son las menos. Caminar por encima del conocimiento institucionalizado produce muchas rozaduras, porque el conocimiento, tal como se ofrece, es pura hybris y duele, como un mal zapato…

…y luego está, claro, que entre la vida y la esfera del prestigio propio hay un lapso que se llama “honestidad”. Esa concreción a la que llamamos “el cuidado de un ser” (el cuidado de un ser por otro) siempre va antes que el cuidado de un plan, de un concepto o de un ego, y eso (el cuidado, la principal fisura en mi vida de “superser” que soy como mujer) baja. Baja muchísimo. Desinfla. Deshace toda impostura cognitiva. Arranca pátinas de brillo. Reduce a cero las líbidos triunfales. En resumen y para terminar, eso, el cuidado, te recuerda, en el fondo, que como ego eres lo que eres: polvo. Nada. Cuidado: la única supervivencia. Un ser para otro ser, pura determinación, fatiga, algo sin envase. Tú sin prescripciones, sin currículo, con conocimiento pero sin escuela.

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