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¡Muerte al viejo!, el viejo como ladrón y otros breves

Primera parte. El viejo como ladrón

No se puede obviar el hecho de que el propietario de Occidente (y, por tanto, propietario del mundo) no es tanto el hombre blanco, cis, zas, zus, hétero, homo, plum. El propietario del mundo es un viejo. Y la vieja que lo hereda. La gran mayoría de las empresas, lugares, capital mobiliario e inmobiliario pertenece al viejo y a la (siempre más longeva) vieja. Yo, por poner un ejemplo cualquiera (3), poseo 37 + 62 metros cuadrados del planeta Tierra, parte de los cuales en pleno corazón de Madrid, y encima de los cuales hay electrodomésticos, cosas y un cuerpo, el mío, que os vale una pasta a todos.

Porque no sólo somos los titulares de todos esos bienes. Nosotros somos los titulares de los mejores cargos del mundo: el papado y los grandes cargos de todas las religiones, las presidencias de los Estados Unidos de América y de la Unión Europea, la titularidad de los puestos más relevantes en la mayoría de las áreas en las que se requiere algo más que preparación técnica. Yo soy Vita Corleone, amigos. Yo soy Steven Spielberg, de setenta y ocho años. Yo soy el octogenario David Hockney a cada rato, y más cuando me voy con mi pandilla tumefacta de pies frankesteinianos a disfrutar de la carísima piscina municipal de mi barrio (entonces hago mi Retrato de un artista (piscina con dos figuras)).

Y aún más: yo soy beneficiaria de una cantidad de pasta impresionante, la pasta gansa que, mes a mes y hasta que la muerte nos separe, ‘oh, vida!, voy robando a las arcas públicas con la excusa de que, en tiempos, fui una comprometida funcionario del grupo A. Esto último no es moco de pavo: multiplicar dos mil cuatrocientas por doce por mi esperanza de vida por el número de funcionarios del grupo A no se le da bien a todo el mundo, pero es una operación matemática sencilla.

Segunda parte. El viejo como Frankenstein

Yo soy Vita Corleone Y (Y SUBRAYADO) yo soy Frankensteina. Porque soy el producto de tantas reparaciones, como llevo contando en los posts anteriores, que ya he perdido la cuenta. Una vez, de una apendicitis aguda que me dejó tirada en mitad de la calle. En Seul, de una gripe aviar complicada en neumonía. En Madrid, de un cáncer por partida doble (de ovario y de endometrio, que avanzaban en paralelo como grises del franquismo los muy…). Si no fuera por la medicina, yo sería cadáver.

Pero aún no siendo cadáver, soy cuasicadáver. Porque, creo, tiene que existir algo que se podría llamar “ralentización general metabólica”, que hace que cualquier animal (yo incluida) se ralentice conforme pasa el tiempo. Entonces, el pobre animal (o sea, la pobre “yo”) avanza con un cuidado exquisito porque, además, en cualquier momento se para algo que todavía no se ha roto. Se me ralentiza el intestino (¡Sí! ¡IA! ¿In-tes-ti-no? ¡Caca culo pedo pis! ¡Y no te escandalices!). Se me descuajeringa el riñón. Se me caen para abajo los palos del sombrajo, los labios mayores y menores que antes fueron una rosita de colocados pétalos, se aflojan los apéndices varios que fueron gloria.

Tercera parte. El eterno retorno de lo idéntico

Porque ¡no os preocupéis, amiguitos!, dice Pulgarcito. Todo tiene solución en el marco de esta humanidad que se caracteriza por su inhumanidad. Los no-viejos se han dado cuenta de todo. Entre los no-viejos están los jóvenes y los llamados “gente de mediana edad”. Gracias a todos estos procesos edaditarios (que no “identitarios”) aquí descritos, se produce en el seno del colectivo humano un nuevo movimiento, el movimiento ¡Muerte a los viejos! Este movimiento edaditario tiene la principal ventaja de que deja a salvo los juguetes más bonitos: los misiles. Éstos no se van a gastar (1). Porque la guerra que se avecina no es de misiles, sino una guerra similar a todas las anteriores, a todas aquellas en las que el hombre es un lobo para el hombre, la guerra de los leones descuartizando leones, la guerra ricos pobres, la guerra esclavos libres, la guerra hombres mujeres, la guerra de siempre.

Cuarta parte y para terminar… proceso de creación de esta obra de arte textual y autoría

Crear esta obra ha sido facilísimo. Me he ido a mi clase y allí, he sido objeto de maleducada exclusión por parte de los otros, autoconstituidos en “jóvenes”, cuya autoconstitución me constituye como “vieja”. Como es de esperar, la persona de mediana edad, aterrada al ver cómo inexorablemente se acerca a mi tramo de edad, se pone de parte de los maleducados, de los que me excluyen, de esa bazofia de personas, de esa excreción de lo peor de nuestra cultura que me hace objeto del peor de los escarnios que es el ninguneo y la depreciación. Y, como no puedo decir en vivo nada de esto porque, encima, me linchan, aquí me desahogo, en el Folio de la UOC. 

Autoría: la autoría está performada por un ser caracterizado como una vieja ninguneada más. (3) Una vieja que se solidariza con esos otros, viejos, que no tienen costumbre de ninguneo, por lo que sufren aún más que ella. Esos otros viejos que van a pasear a la orilla del mar los días de tormenta, y se los lleva una ola. Esos viejos suicidas que están tan tristes (2).

Marginadores. A mí se me contesta. A mí se me habla. A mí, cuando llego a un círculo de personas, se me hace sitio. A mí no se me responde de forma cortante. De mí no se dice “que doy pena”, pena tu cortedad de miras. De mí no se dice que “lo que quiere es llamar la atención”, como si fuera un perro sin amo. Soy un ser humano. Soy Oswald Cobblepot. Soy Joseph Merrick. Soy Némesis y esto no va a quedar así… De momento, me como un moco en vuestra presencia para escandalizaros y acercaros al olor de las residencias de ancianos, podredumbres humanas las vuestras. La vida os pondrá en vuestro sitio, tanto a los nuevos como a los de mediana edad, mucho peores.
Por lo demás, lo que vaya surgiendo; no tengo planes para vosotros.

¿Vosotros? Vosotros sois un mero sumatorio de reels dividido por todas las dificultades que vais a encontrar para haceros sitio, so bazofias. 
¿Muerte a los viejos? ¡JAMÁS! ¡SIN DEFENDERME, JAMÁS! 

¡A la guerra intestina!

Por la noche, me cogí el autobús para irme lejos y volver andando. Eran sobre las once o las doce.  Vi un grupo de jóvenes que jugaban en un parque, en un barrio de pequeños chalets, clase media alta y culta, un barrio cercano al mío. Me senté de espaldas en un banco próximo. Eran ocho o nueve. Prevalencia palabras: maricón, cabrón. Prevalencia sexo: la mayoría varones, una mujer. Actividad: Mucho bullicio. ¿Qué lo motivaba? Se lanzaron un pastel de nata y se pringaron los unos a los otros. Discurso totalmente vacío, actuaciones totalmente sin sentido, absoluta vacuidad, eso es lo que me pierdo.
“Están verdes” no: son verdes. Los jóvenes no saben nada y no “saben a nada” ya. ¡Guerra a ellos en mi corazón herido! ¡Guerra, miserables! Jajaja y lo tenéis todo IMPOSIBLE. Cómo me alegro. Luchad, luchad sin tregua.

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(1) Porque cuando se lanza uno, todo el mundo piensa en el objetivo alcanzado, pero ¿quién se ocupa del pobre misil, tan caro, tan bonito él, que, cuando destruye, se destruye a sí mismo? Nadie lo piensa. Solamente yo lo pienso. Sólo yo tengo tanta compasión que me sobra hasta para dedicársela al pobre misil. Solamente yo hago la propuesta del “museo de los misiles”, un museo, tipo Parque Jurásico, a tamaño real, donde te pasees entre los misiles, donde cada misil tenga su texto curatorial. ¡Me pido hacerles a los misiles los textos curatoriales! (Me lo he pedi… do. Me lo he pedi… do.)

(2) Esos viejos que no se encuentran, porque, Sartre, hijo mío: lo de “el infierno son los demás” es una parida. “Los demás” son el sitio, el único sitio, y lo que hace occidente de inscribir a todo un tramo de edad en el vacío es, totalmente, un asesinato.

(3) La autora de estas líneas pide disculpas al colectivo de Sus scrofa domesticus (vulgarmente llamado cerdo) por la alusión inconsciente, pero tenga en cuenta, don Sus, que le hablo como Aenocyon dirus, comunmente conocido como lobo terrible o lobo gigante. En mi caso, loba terrible o loba gigante.

Autorretrato: soy mucho más robusta que una loba, y mis patas son  proporcionalmente cortas. Tengo mucho morro y las mandíbulas muy potentes; mis dientes, que me está arreglando mi cirujano máxilofacial (que me cae muy bien, por cierto), mis dientes, decía, son gruesos y fuertes, capaces de triturar huesos. El nicho que ocupo es similar al de las hienas. Un gran número de fósiles de herbívoros (ibidem, humanidad mansa) han sido marcados por mis fauces. (Fuente: adaptación a mi persona de la descripción que hace wikipedia de las lobas gigantes que son mi única familia). Como acabo de hacer la PEC de arte sonoro, adjunto gruñido.

Portada: autorretrato, escorzo de gorrión.
Se lo contaré hoy a la juventud… (¿por dónde empiezo, si no saben hacer la o con un canuto?). Creo que no entenderán absolutamente nada de nada, esos loros malcriados que son… ¡Malcriados! ¿Quién c… os está educando? (Y, nuevamente, gruñido de Aenocyon dirus)

Bai de guei (leído “by the way”), el correlato de la construcción del sexo como concordancia es la construcción de la salud como juventud.
Resumen que he hecho del tema intersexualidad.


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